GARABATOS BIZANTINOS

Follis de Mauricio Tiberio (582-602 d.C.) con la leyenda
abreviada: DN MAUR PP A
Ya hemos tenido el placer de valorar la numismática bizantina en este modesto blog en una entrada reciente y puedo asegurar sin temor a equivocarme que serán varias las entradas dedicadas a este periodo fundamental de la Historia medieval. No es para menos, pues 1000 años de continuas emisiones monetarias, muchas de ellas de una belleza incomparable, dan para muchas reflexiones. Hoy voy a dedicar un breve espacio a las acuñaciones de bronce producidas durante la primera etapa del llamado Imperio Bizantino (en mi opinión es más correcta la denominación Imperio Romano de Oriente, aunque para evitar confusiones utilizaré esta otra), entre los siglos V y VIII d.C., durante la cual esta entidad se consolida como heredera política y espiritual del desaparecido Imperio Romano y durante un tiempo proyecta a Constantinopla como centro de la cultura europea y la religión cristiana.


En la actualidad el coleccionismo de moneda bizantina está experimentando un incremento de popularidad y despertando un mayor interés que en épocas pasadas. Como indica D. Sear en su catálogo Byzantine Coins and their Values, durante mucho tiempo las monedas bizantinas de bronce, relativamente asequibles para el coleccionista medio, han tenido que soportar el estigma de decadencia asociado al Bajo Imperio Romano, identificado en la apariencia tosca y técnica descuidada de acuñación de la que hacen gala.

Las monedas de bronce de menor valor, como estos pentanummia de Anastasio
(491-518 d.C) y Justino I (518-527 d.C), no suelen mostrar la leyenda completa

No obstante, hoy día se tienden a valorar las acuñaciones bizantinas de este periodo en su justa medida, es decir, como emisiones con características e idiosincrasia propias, y no una mera continuación decadente de las emisiones tardorromanas. De hecho, la reforma del emperador Anastasio (491-518 d.C.) de finales del siglo V d.C. fue precisamente encaminada a fortalecer el sistema monetario imperial, revitalizando las muy disminuidas emisiones en bronce. Es cierto que en general se mantuvieron los patrones romanos en cuanto denominaciones (sólido en oro, siliqua en plata y nummus en bronce) y equivalencias, pero las monedas de bronce recuperaron el esplendor que disfrutaron en siglos anteriores. Efectivamente, Anastasio recuperó el follis, moneda de bronce de alrededor de 32 mm de diámetro y 18 grs. de peso, con un valor de 40 nummi que sería subdividido en unidades inferiores. Estas monedas presentaban una peculiaridad poco común en su época, que los coleccionistas modernos agradecen de veras, y es que mostraban el valor facial en el anverso utilizando letras griegas como numerales. Así, M equivalía a 40 nummi (follis), K a 20 nummi (medio follis) I a 10 nummi (decanummium) y E a 5 nummi (pentanummium). El nummus, unidad superviviente del Bajo Imperio Romano y de dimensiones ínfimas (menos de 10 mm. y 1 gramo de peso), no llevaba numeral.

Follis de Mauricio Tiberio (582-602 d.C.) de la ceca de
Theuopolis: DNISITICO TAITAITPPIY
Pese al indudable interés que estas monedas despiertan, es normal llevarnos una cierta decepción la primera vez que nos encontramos con ellas, sobre todo cuando las comparamos con sus inmediatas predecesoras romanas. La tosquedad de las acuñaciones hace que los rasgos faciales de los emperadores se vuelvan muy esquemáticos, lo que hace prácticamente imposible distinguir un rostro de otro. Esto ya empezó a suceder con las monedas romanas de los siglos IV y V, pero ahora además en muchos casos estos rasgos faciales aparecen total o parcialmente difuminados, siendo muy difícil apreciar ojos, nariz o boca. Las letras desplegadas en las leyendas alrededor del busto del emperador suelen ser desproporcionadamente grandes y en algunos casos mal acabadas o emborronadas, como veremos más adelante. En cuanto a los reversos, prácticamente no se encuentran más motivos que las letras griegas que fijan el valor de la moneda, la marca de la ceca, el año de reinado a partir de la época de Justiniano (527-565 d.C.), y ocasionalmente cruces, medias lunas o estrellas (la falta de estética es compensada con una gran cantidad de información, como podemos apreciar).

1/2 follis the Justino II (565-578 d.C) de la ceca de
Theuopolis: apenas puede distinguirse la leyenda
 
Pues bien, esta técnica descuidada no solo afectaba a pequeños detalles sino a las leyendas mismas. En algunos casos puede ser comprensible que, por motivos de espacio, se simplifiquen estas leyendas, como muestro en la imagen de los dos pentanummia. La leyenda habitual de la época, heredada de las monedas del Bajo Imperio, comprendía DN-nombre del emperador-PP-AVG, según la cual DN significaba Dominus Noster (Nuestro Señor), PP era la abreviatura de Perpetuus y AVG la de Augustus. Francamente, no es sencillo encajar DN ANASTASIUS PP AUG en un pentanummium de 12 mm, aunque los predecesores romanos sí lo consiguieran…

No obstante, existen casos en los que las leyendas son absolutamente ilegibles o verdaderos garabatos sin sentido, como podéis ver en dos de las imágenes. Es algo que puede producirse en cualquier acuñación de bronce de esta época, especialmente en las más reducidas, pero por lo que he podido comprobar la ceca de Theuopolis, nombre con el que se conocía por aquel entonces a Antioquía en la actual Turquía, es la que se lleva la palma en mala caligrafía. En el caso del follis de Mauricio Tiberio (582-602 d.C.) solo unas pocas letras son legibles y nos pueden dar pistas acerca del nombre del gobernante. La moneda correspondiente a Justino II (565-578 d.C.) exige un total esfuerzo imaginativo por parte del coleccionista, así como una obligada consulta al catálogo de D. Sear.

En definitiva, además de resaltar esta curiosidad propia de la numismática bizantina temprana, esta entrada va dirigida a informar a los coleccionistas noveles para que no duden de la autenticidad de estas monedas si alguna vez caen en sus manos. Y en ningún caso pretendo desprestigiar las monedas bizantinas, sino todo lo contrario. Aunque en algunos sentidos supusieron una rebaja en los niveles de calidad alcanzados en el mundo romano, es indudable que nos han legado detalles de gran belleza, como los atuendos militares o motivos religiosos, así como una gran cantidad de información sobre su valor y año de acuñación, como hemos podido comprobar.



Byzantine Coins and Their Values, by David R. Sear, second edition, revised and enlarged, Spink 2006 pp. 11-34
Early World Coins & Early Weight Standards, by Robert Tye, published by Early World Coins, York 2009 p. 90

Comentarios

  1. Una ventaja de las monedas bizantinas (por señalar alguna de sus virtudes) es que en algunos de sus formatos permiten una datación más precisa que en las romanas occidentales cuando indican el año de reinado del emperador en su reverso.

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    1. De hecho la numismática bizantina tiene muchas virtudes. Además de la que comentas, yo destacaría el resurgimiento de los grandes bronces y el diseño en la vestimenta de emperadores y emperatrices. Desgraciadamente, no fueron muy meticulosos con los retratos, aunque esta tendencia comenzó en la Roma del Bajo Imperio. Las monedas bizantinas, de cualquier época, son una maravilla por muchos motivos. En este artículo solo quería destacar una curiosidad, y es la falta de precisión a la hora de acuñar la leyenda en algunos casos. Recibe un cordial saludo,

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    2. Son obras de arte, sí. Para la numismática peninsular son también importantes porque son los modelos que en parte imitan los visigodos. Bustos frontales, cruces potentadas... con un diseño mucho más esquemático pero claro y fácil de clasificar.

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    3. Son obras de arte, sí. Para la numismática peninsular son también importantes porque son los modelos que en parte imitan los visigodos. Bustos frontales, cruces potentadas... con un diseño mucho más esquemático pero claro y fácil de clasificar.

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    4. Efectivamente Joan, no olvidemos además que los bizantinos ocuparon el sureste peninsular entre los siglos VI y VII, lo que aumentaba las posibilidades de acercamiento entre su numismática y la visigoda. Recibe un cordial saludo,

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