LA PRIMERA MONEDA "ESPAÑOLA"

Hay algo que siempre he llevado a gala desde que comencé con mi blog, y es que todo lo que comparto debe ser económicamente asequible. Todos estos años he defendido (y sigo defendiendo) que las curiosidades numismáticas no tienen por qué ser caras para el coleccionista medio y tras 350 entradas (y las que vienen) creo que no me he equivocado en este aspecto. Todo lo que ha pasado por aquí, desde el papel moneda de emergencia hasta las monedas antiguas incusas tiene un precio mayor o menor, pero siempre ajustado al bolsillo del coleccionista medio. 


Extensión del reino de los visigodos a la llegada de Leovigildo al trono (568).
Esta entidad, en proceso de consolidarse, estaba rodeada por otras entidades hostiles: bizantinos en el sur y este, el reino franco y poblaciones autóctonas en el norte y el reino suevo en el oeste. (Fuente:  https://www.recursosacademicos.net/)

No obstante, hoy me veo obligado a romper esta norma no escrita. Lo que voy a tratar hoy en esta entrada no es nada barato, sino todo lo contrario, tanto por el material empleado (oro) como por su escasez. En efecto, las monedas visigodas se pueden coleccionar pero no es algo que se pueda encontrar fácilmente y si lo hacemos debemos estar preparados para desembolsar cantidades que en el mejor de los casos incluirán las tres cifras por pieza. De hecho, hoy no he tenido más remedio que recurrir a antiguos catálogos de Jesús Vico para mostrar imágenes (precisamente, esta casa de subastas es de las organizaciones que más ha hecho por estudiar y catalogar estas monedas en su Corpus Nummorum Visigothorum de 2006).

Pero para mi siempre ha sido un placer investigar acerca del reino visigodo y, por supuesto, de sus misteriosos tremises o trientes. Así que, como no siempre es fácil encontrar ideas tras catorce años seguidos publicando, he decidido ponerme a ello. Y para ello es obligatorio referirse al verdadero fundador de la monarquía visigoda en Hispania: Leovigildo. 

Leovigildo fue uno de esos gobernantes que tenían las ideas claras. Su objetivo no consistía únicamente en consolidar su poder sino ir más allá, de tal forma que el reino de los visigodos se estableciera de forma efectiva y perdurara en el tiempo. Tras más de 150 años sin una sede o un territorio fijos, expulsados prácticamente de toda la Galia y cuestionados por sus vecinos francos, suevos y el Imperio Romano de oriente, Leovigildo sentó las bases a partir del año 570 de un estado fuerte y cohesionado en torno su figura y una serie de instituciones que se trataban de asentar entre una población, la hispanorromana, en muchos casos ajena a estos procesos de cambio. 


Tremis de Gundemaro (610-612). Puede apreciarse, por encima del rostro esquemático, 
una prominente diadema. Por debajo, destaca el paludamento con forma de M.
Alrededor del busto, la leyenda GVNDEMARVS RE. 


Así, desde el primer momento emprendió una serie de campañas militares en el sur de la península para, por un lado, contener a las fuerzas de Constantinopla que desde tiempos del emperador Justiniano se establecieron en la franja mediterránea y por otro someter a las poblaciones hispanorromanas del valle del Guadalquivir que trataban de gestionar sus asuntos al margen de las decisiones tomadas desde la capital. Esta capital se establecería definitivamente en Toledo, una decisión importante ya que se trataba no solo de un núcleo central desde el punto de vista geográfico sino también de una sede episcopal relevante. 

Sin duda las conquistas territoriales fueron uno de los rasgos que definieron el extenso reinado de Leovigildo, pero no toda su política se redujo al ámbito militar. Su Codex Revisus del año 573 estableció las bases de la integración de las poblaciones goda e hispanorromana al permitir los matrimonios mixtos, algo impensable hasta ese momento. Sus intentos de extender el arrianismo (la rama del cristianismo que profesaban los godos) entre la población católica no tuvieron tanto éxito y fueron definitivamente abandonados poco después de su muerte cuando su hijo Recaredo decidió abrazar la fe católica. 

Todas las conquistas militares de Leovigildo aumentaron considerablemente el tesoro godo, influyendo en un aspecto muy relevante en la consolidación del reino: la acuñación de moneda. Hasta ese momento, toda la moneda de oro acuñada por los visigodos, (sólidos y su tercera parte, los tremises) era imitativa de la emitida por la autoridad imperial, con sede en Roma durante el siglo V y en Constantinopla durante el VI. A partir de aproximadamente el 575, esto cambiaría radicalmente, pues bajo la iniciativa de Leovigildo su nombre era el que aparecería en el circulante, o en una parte del mismo. 

La única moneda que se acuñó en nombre del rey de los visigodos fue el tremis o triente, es decir, la tercera parte del sólido de oro romano. El sólido equivalía a 1/72 de libra, es decir, a poco más de 4,50 g, por lo que un tremis pesaba tan solo alrededor de 1,50 g. Su ley era de 18 quilates, aproximadamente un 75%, ajustándose en peso y pureza a los estándares romanos. En un principio el nombre del rey se incluyó solo en el reverso, dejando el anverso para el emperador del Imperio Romano de oriente que en aquel momento vivía la transición de Justiniano a su sobrino Justino II. No obstante, tras un periodo "de adaptación" en el que dominaron leyendas ilegibles, el nombre del rey pasó al anverso reservándose el reverso para el nombre de la ceca. Aquí se muestra una de las primeras monedas de este tipo: 



  • Anverso: leyenda LEOVIGILDVS RE entre dos cruces. 
  • Reverso: nombre de la ceca (TOLETO) seguida de un epíteto, en este caso IVSTVS (aunque en numerosas ocasiones encontraremos PIVS u otras expresiones como GLORIA o VICTORIA)  
Se trataba, por tanto, de un acontecimiento por el cual la monarquía visigoda pretendía mostrar su alejamiento de Constantinopla recurriendo al simbolismo representado en la moneda. Este simbolismo puede apreciarse de forma muy clara en el busto real, muchas veces en el anverso y el reverso de la moneda, que merece un comentario aparte. Las comparaciones son siempre odiosas, y cuando nos percatamos del estilo visigodo, no podemos evitar pensar que fue "un paso atrás" con respecto a las expresiones artísticas romanas. Esto es algo que no solo ocurre con la numismática sino también con la escultura o la arquitectura. El arte visigodo, como puede comprobarse en todo lo descubierto recientemente en Mérida o en las pocas iglesias visigodas que aún se conservan en la península, anteponía el mensaje a la precisión. En el caso de la acuñación de moneda,  si bien los bustos romanos habían experimentado un proceso de simplificación y esquematización a partir del siglo IV, el caso visigodo fue bastante más allá. 

Una de las diferencias que el rey Leovigildo quiso imprimir con respecto a sus predecesores fue precisamente en el campo de la simbología, y nada mejor que hacerlo en uno de los atributos que mejor representan el poder. En las monedas visigodas el busto del rey aparece fuertemente esquematizado y estilizado, siendo los rasgos de la cara apenas distinguibles. No obstante, hay dos características muy visibles: 

  • La diadema alrededor de la cabeza en forma de arco, a la manera de los emperadores romanos del Bajo Imperio.
  • El manto o paludamento debajo de la cabeza. Este es uno de los aspectos más interesante de los tremises o trientes, ya que es donde puede encontrarse una mayor variedad. Los podemos ver en forma de M, trapezoidal o de media luna, entre otras muchas variantes. 

Reverso de tremis de Recaredo (586-601), hijo y sucesor de Leovigildo.
Puede leerse el nombre de la ceca de Zaragoza (Cesaraugusta) 
CE:AR:C O:TAV
 


La moneda visigoda sigue siendo objeto de estudio, y en fechas recientes se han identificado alrededor de 100 cecas, muchas de ellas móviles. Entre las cecas principales destacaron Narbona, Zaragoza, Tarragona, Toledo, Mérida, Sevilla, Córdoba y Eliberri (esta última al sur de la Bética). Se han detectado muchas cecas móviles en el noroeste que parecen ligadas a las continuas campañas militares destinadas a someter tanto al reino suevo como a las poblaciones autóctonas de la zona que se resistían al dominio godo. 

Y es que las monedas visigodas no tuvieron una circulación amplia. En general, la moneda de oro se empleaba solamente para las grandes transacciones, el mantenimiento del ejército y el pago de tributos. Puede decirse que, aunque el papel de estas monedas fue relevante, sirvió más como medio de atesoramiento por parte del Fisco que como un medio habitual de cambio, para lo cual estaban las antiguas monedas romanas de bronce o los pagos en especie. No obstante, la calidad de los tremises está fuera de toda duda, ya que viajaron lejos de las fronteras de Hispania. No tuvieron la aceptación de los sólidos romanos pero se han encontrado tremises visigodos en el norte de Francia, Bélgica e incluso en el sur de Inglaterra. 

Tremis de Witiza (700-711) acuñado en Sevilla (ISPALI PIVS). 



Esta calidad disminuiría con el tiempo, de tal forma que los tremises emitidos por los últimos monarcas godos fueron de un oro muy rebajado, como puede verse en la imagen superior. Una decadencia que presagiaba un final de esta primera monarquía propiamente "hispánica", que nunca logró los niveles de prosperidad y cohesión con los que soñó el rey Leovigildo, pero que sin duda dio los pasos encaminados hacia tal fin. 




Cebrián, J.A. La aventura de los godos. La Esfera de los Libros, S.L. Madrid, 2006
Sanz Serrano, R. Historia de los godos. La Esfera de los Libros, S.L. Madrid, 2009. 
Orlandis, J. Historia de España. Época visigoda (409-711). Editorial Gredos. Madrid, 1987. 

Todas las imágenes han sido extraídas de los catálogos de las subastas nº 148 (8 de Junio de 2017) y 151 (7 de Junio de 2018) de Jesús Vico S.A. 

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